¡Rey don Sancho, rey don Sancho!, no digas que no te aviso,
que de dentro de Zamora un alevoso ha salido;
llámase Vellido Dolfos, hijo de Dolfos Vellido,
cuatro traiciones ha hecho, y con esta serán cinco.
Si gran traidor fue el padre, mayor traidor es el hijo.
Gritos dan en el real: —¡A don Sancho han mal herido!
Muerto le ha Vellido Dolfos, ¡gran traición ha cometido!
Desque le tuviera muerto, metiose por un postigo,
por las calles de Zamora va dando voces y gritos:
—Tiempo era, doña Urraca, de cumplir lo prometido
Así pues, el popular romance del rey don Sancho nos cuenta su malogrado final a los pocos años de reinado. Dice el refrán que la avaricia rompe el saco, y quizá sea esta la lección moral que nos enseñe la historia del primer rey castellano, don Sancho II, quien, a poco de subir al trono, estableció en sus disposiciones testamentarias que a su muerte fuese enterrado en el Monasterio de San Salvador de Oña; y hasta allí, cuenta la tradición, el Cid Campeador llevó los restos de su difunto rey don Sancho.
El panteón de los primitivos Condes y Reyes de Castilla que se encuentra en el monasterio de Oña nos pone en relación con la historia de los reinos medievales españoles. Muy conocida es la historia del rey don Sancho II, a quien apodaron “el fuerte” por su braveza y su ímpetu. No estuvo de acuerdo con la división que su padre, Fernando I, hizo de sus reinos entre él (el Condado de Castilla convertido en reino) y sus hermanos (Alfonso, León; y García, Galicia), y decidió guerrear contra ellos para ser él el único rey por fuerza y conquista. Persiguiendo a su hermano Alfonso, al que había arrebatado el Reino de León, llegó hasta la amurallada ciudad de Zamora, propiedad de su hermana la infanta doña Urraca, y la asedió. Urraca era firme defensora de los derechos de su destronado hermano Alfonso, y muy contraria a las ambiciones de Sancho.
A partir de entonces, leyenda e historia se entremezclan siendo muy difícil establecer la separación entre ambas. Parece ser que, estando don Sancho en el real, un noble zamorano, de nombre Vellido Dolfos, le hizo saber que existía una manera discreta de penetrar en la ciudad, y que se la contaría en secreto. El rey, cegado por su osadía, accedió a acompañar a Vellido hasta las murallas y, a la altura de las mismas, el traidor zamorano asestó una puñalada mortal a don Sancho, que cayó de bruces gritando confesión y al poco, expiró.
El Cid Campeador, alférez de don Sancho, vio huir al traidor Dolfos que se introdujo en Zamora huyendo por un portillo (hoy llamado Portillo de la Lealtad) pero nada pudo hacer por la vida del joven rey. Así, trasladó sus restos hasta el Monasterio de Oña, cumpliendo la voluntad del monarca, donde recibieron cristiana sepultura hasta el día de hoy en la Capilla Mayor. Nunca sabremos, realmente, si doña Urraca urdió el complot contra Sancho, ni tan siquiera si don Alfonso se encontraba en la ciudad, ni más aún, si realmente existió dicho traidor regicida; pero sí es cierto que en el cerco de Zamora, el rey fue vilmente asesinado a traición.
Curiosamente, a don Sancho le sucedió su hermano Alfonso VI, contra el que había guerreado continuamente, heredando todas las posesiones de Sancho.
El Monasterio de Oña, de este modo, tiene la particularísima característica que alberga la sepultura del primer rey de Castilla: don Sancho II, el fuerte; en un elaborado sarcófago (maravilla verlo) de una minuciosa ejecución digna de estudio en el que podemos leer: “AQUÍ YAZE EL REY DO(N) SA(N)CHO, QUE MATARO(N) SOBRE ZAMORA”.